Una hortaliza que, cultivada de forma sostenible en origen, tenga que viajar “miles de kilómetros para ser consumida de forma descontextualizada”, pierde su valor “ecológico” ya que incurre en un impacto ambiental que aleja al producto de su “etiqueta” en el mercado.
Esta reflexión ha sido planteada a Efe por el escritor y divulgador ambiental Marc Casabosch, quien opina que “si se reflejase la huella de carbono de los productos en su envase, muchos de ellos perderían el sello ecológico”.
El autor acaba de publicar ‘Cultivando la vida’, una guía de horticultura para los 365 días del año, planteada mes a mes y por zonas del territorio nacional.
Cultivar como “acto político”
Este manual conjuga consejos prácticos con fragmentos “más reflexivos y literarios”, según señala el catalán, que adentran al lector en la agricultura como “algo más” que una actividad de subsistencia; esta práctica es prácticamente, en su opinión, un “acto político” hoy en día.
Ya no se cultiva por necesidad”, explica, debido al acceso generalizado a los alimentos, por lo que esta actividad responde a un acto de “reivindicación”, para conectar con el entorno y rehuír las “comodidades” que ofrecen las grandes superficies.
Una “forma de empoderamiento silencioso”, que además “cada uno puede llevar a cabo en su medida y espacio”: desde el marco de una ventana, pasando por patios de luces, balcones o jardines, hasta huertos comunitarios, lugares donde “tejer nuevas redes” vecinales y de comunicación dentro de las propias ciudades.

El autor del libro ‘Cultivando la vida’, Marc Casabosch. © Jordi Play
Mitos sobre el cultivo
Aún así, “siguen existiendo muchos mitos sobre el cultivo” en las ciudades, por ejemplo, en relación con el nivel de dificultad o la cantidad de trabajo y tiempo requeridos.
Ante esto, el autor defiende la necesidad de cambiar el enfoque de esta actividad hacia “un arte o un ‘hobby’, más que un trabajo” ya que un huerto “tenga el tamaño que tenga, no tiene por que ser un incordio” sino “una actividad que acompañe a uno en el día a día”.
Paciencia, creatividad y observación
Casabosch enumera la paciencia y la creatividad como algunos de los atributos más valiosos en esta labor, además de la “capacidad de observar” y “leer el paisaje que rodea a uno”, una virtud cada vez “menos presente” en la “alienante” sociedad moderna.
La observación del entorno permite detectar dinámicas como las temporadas de cosecha, así como rescatar semillas y plantas salvajes del entramado urbano o hallar recursos útiles como las hojas caídas de los árboles, que pueden servir como “acolchado” o protección para el cultivo.
Otra institución importante en el fomento de esta práctica es la escuela, si bien el autor considera que el esfuerzo educativo debe ir de la mano con el contexto familiar: “no tiene sentido hacer un huerto en la escuela y luego hacer la compra familiar en el supermercado”, ha advertido.
En definitiva, todos los esfuerzos por reconectar con el entorno a través del cultivo han de conjugarse, a juicio de Casabosch, como parte de un “cambio global”.