María Abad.- EFEverde.- Se podría decir que Manuel Aguilar tiene dos familias, una de ellas muy peculiar: una colonia de buitres de la que, con paciencia y constancia, ha pasado a ser un miembro más. Unas aves carroñeras a las que ha entregado parte de su vida y por las que ahora viaja al continente africano para velar por su supervivencia.
Nacido en Binaced (Huesca), recuerda que su abuelo le transmitió el amor por las aves y cómo “a los 10 años” le llevó por primera vez al muladar, “desde los 12 ya iba solo”. Aunque su padre no apoyaba que dedicase el tiempo a ello, su curiosidad se trasformó en pasión.
Durante 22 años Manuel Aguilar tuvo un bar y se turnaba con su socio para dedicar una semana al trabajo y otra “al monte”. Finalmente, cerró el negocio para abrir una casa rural y dedicarse a ser guía ornitológico.
Encuentro con los buitres
Rememora como si fuera ayer cuando en 1975 vio al primer quebrantahuesos en Pirineos y cuando, tres años más tarde desde el pueblo de Santa Cilia (Huesca), observaron al primer quebrantahuesos alimentarse en la zona.
“Egoa me esperaba abajo en la carretera, en el cruce. Fue el primer quebrantahuesos que se marcó y estuvo aquí doce años”. Una colonia que ahora posee entre sus miembros a casi una docena de parejas, ave en grave peligro de extinción, en el Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara.
Migración a África
Conocedor de sus costumbres, relata cómo los buitres hacen una migración en la vida a África, luego regresan y suelen estabilizarse en una zona. Asegurar que ese viaje sea de ida y vuelta es una de las mayores preocupaciones del oscense.

Fotografía de Manuel Aguilar. EFE/Javier Cebollada
Por ello, a sus 66 años y desde hace seis, Manuel Aguilar viaja cada año a Gambia y, entre otras labores, recorre colegios y universidades para enseñar todo lo necesario para la conservación de los buitres.
Los buitres han visto disminuido su número en toda África, entre otros factores, por el envenenamiento de los furtivos para que estos animales carroñeros no delaten la presencia de sus presas. “En la última década ha desaparecido el 80% y en muchos países de África ya no quedan”, asegura el ornitólogo.
“Lo que hacemos aquí lo pueden hacer allí perfectamente antes de destruirlo”, afirma Aguilar mientras recuerda como en España hace 40 años “todo el mundo se reía del tema” y la información que había sobre buitres era “que había que eliminarlos”.
El primer contacto de Manuel Aguilar con el continente africano fue Sudáfrica. Cuando en 2010 se terminó el proyecto en el que estaba participando no pudo resistir el “mono” y, tras conocer a un joven gambiano que le habló de que en su tierra natal antes había buitres, pasó un mes recorriendo el país sin encontrar rastro de estas aves carroñeras.
El primer objetivo, ya logrado, es conseguir que los turoperadores consideren la zona como un lugar para que ornitólogos y fotógrafos de naturaleza puedan ver las siete especies de buitres con presencia en la zona. Es su forma de asegurar el objetivo final: que los buitres sobrevivan.
Donativos
Para este proyecto también recoge donativos en el museo naturalista “La casa de los buitres” en Santa Cilia (Huesca), que permite hacer una aportación mensual a los encargados de los buitres. “Yo solo quiero que los cuiden y los cuidarán si obtienen un beneficio” .
Su persona de apoyo en Saruja es Michel, al que todos conocen como “el pequeño Busni” por su complexión delgada y menuda parecida a la de un bosquimano.
Casi es ya su tercera familia. El dinero que Aguilar envía para la conservación del buitre sustenta a los parientes de ‘Busni’ y el turismo ornitológico comienza a ser un medio de vida. “Aquí en España hay pobres pero aquello es otra cosa, es el eslabón más abajo, es la miseria total”, asegura.
La labor de Manuel Aguilar continúa un legado. Explica con cariño que en los años 70 el fallecido Willy Suetens, autor de “Las rapaces de Europa” y pionero en la conservación del quebrantahuesos en Pirineos, les regaló a él y a su amigo David un coche para que pudieran llevar comida para la conservación de las aves.
A sus 66 años, Aguilar afirma orgulloso que él ahora “hace lo mismo” en Gambia pero no quiere “la patente” de los buitres, le gustaría “que cuando ya no esté alguien continúe”. EFEverde